"Tenemos todo para ser felices, pero falta, tal vez, sabiduría, lucidez, moderación..." Yves Michaud, filósofo francés.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Mucha ecología y algo de teoría del arte


"Iceberg en el océano atlántico". Daniel Beltrá




Esta entrada, con el inequívoco título de "Mucha ecología y algo de teoría del arte", pretende arrojar humildemente un poco de luz a esta época convulsa que nos ha tocado vivir. Las noticias nos llegan de todos lados a un ritmo frenético, con tal intensidad informativa que empezamos a tener serios problemas para asimilar todo lo que nos cuentan y en ocasiones nos sorprendemos pensando que preferiríamos no saber... Inmersos en este cóctel de hiperestimulación e insensibilidad, es posible que a muchos se nos pasara la noticia de que, desde hace unos pocos años, nos encontramos en una nueva era geológica bautizada como Antropoceno. En realidad se trata todavía de una propuesta que tiene que ser ratificada por los más altos comités científicos en estratigrafía, pero en cualquier caso es una era -casi un erial- marcada por los cambios que la actividad humana ha causado en el Sistema Tierra. Cambios profundos, significativos, cicatrices en definitiva, como las alteraciones en el paisaje que produjo la industrialización, el rastro de hisopos radioactivos resultantes de las pruebas con armas nucleares en los 50, el uso masivo del plástico y los materiales sintéticos no biodegradables, etc. 
¿Es eso importante?  Bueno, es una señal. Y a buen entendedor... una Era que se autodenomine Antropoceno no le presagia nada bueno. Así que si queremos seguir viviendo muchos años en este Planeta tan asombroso, deberíamos empezar a prestar más atención a ciertos hábitos de consumo y  de comportamiento. Por eso pienso que dedicar unos minutos a leer "Mucha ecología y algo de teoría del arte" puede ayudarnos a entender dónde estamos y, tal vez, un poco, hacia dónde vamos. 
Contiene mucha ecología porque es inexcusablemente necesario y algo de teoría del arte porque al intentar contar lo que está pasando, sin querer siempre acabo metiendo la cuña del arte. ¿O es que alguien quiere vivir en un mundo sin arte?
Aun con todo, no hay nada que hacer, sigue faltándonos sabiduría, lucidez, moderación... El tiempo no se detiene y los niños crecen -y fabrican cada día un nuevo mundo con sus ideas, con sus manos, con sus sueños, aunque nos parezca a los adultos que lo tenemos todo bajo control...- van ellos y lo cambian todo. Así de simple. Al más firme de los educadores le tiembla el pulso al desconectarle a su hijo la consola. Y no hay nada que hacer, salvo tal vez armarse de valor y encender el ordenador todas las mañanas antes de que la casa se despierte, en mi caso, empeñada como estoy en usar la palabra escrita para iluminar lo que pasa a mi alrededor. (En el Medievo, algunos monjes con talento para el dibujo coloreaban los códices con tintas minerales y láminas de pan de oro o de plata... es decir, iluminaban la palabra escrita, aportando así luz al conocimiento). Puede que sea de las tareas más dignas del ser humano y la única que haya importado nunca en realidad.






Beato de San Miguel de la Escalada (962 d.C.)

Miniatura inglesa anónima (s.XII d.C.)






















Cien años después de la Revolución Rusa, cien años exactos después del final de la Primera Gran Guerra, la vida ha cambiado tanto que no parece que seamos la misma especie animal quien (des)gobierna el Planeta. La información nos llega desde todos los rincones, hasta de los más alejados e inhóspitos... pero esa información... ¿es veraz?, ¿lo cuenta todo? ¿Lo que vemos es lo que hay realmente? ¿Qué significa "lo que hay realmente"...?

He intentado pintar con las palabras una especie de retablo donde pasan muchas cosas a la vez, parecido a una obra del Bosco... Pero he buscado deliberadamente emborronar los límites entre tantos sucesos simultáneos, y para eso he usado la técnica de la acuarela. Me gusta la sensación de que los contornos y las fronteras entre escenarios se difuminen, se fusionen entre ellos... 
Durante décadas nos han intentado hacer ver la Historia como algo lineal, una sucesión de momentos que ocurrieron ordenadamente uno detrás de otro y hasta se han atrevido a poner fechas de inicio y fin a estos períodos de tiempo. La realidad, obviamente, no es así, por la misma razón que las fronteras de los mapas políticos son ficticias y que no podemos tropezar con los meridianos y los paralelos andando por la calle. La idea de una realidad superpuesta en varios planos coexistentes en el tiempo y en el espacio, una realidad no lineal, es algo que tenemos menos asumido de lo que creemos.

Una vez leí que en las pinturas parietales de la Prehistoria se usaba una perspectiva diferente a la que usamos hoy en día. Eso es obvio. Pero lo interesante es entender el porqué. Todos tenemos en mente las figuras de animales una dentro de la otra, compartiendo salientes de la roca para formar lomos, caderas, cabezas y patas, del derecho y del revés, en diagonal, en vertical, algunos enormes y otros minúsculos, todo en aparente "desorden monumental"...




Cuevas de Lascaux (La Dordogne, Francia)



Pues bien, esto responde a una concepción del espacio, y del mundo por extensión, diferente a la común hoy día. El pasado y el presente convivirían en esa época de oscuridad y descubrimiento en un mismo momento, el presente. El reino de los vivos existiría en el mismo punto espacio-temporal que el de los muertos; no habría diferencia clara entre el más allá, el subconsciente, y el aquí y ahora. Lo imaginado, lo innombrable, lo sagrado, lo inexplicable se mezclaría con la viscosidad de la sangre de los animales cazados cada día, con la propia sangre de las heridas de los cazadores y con la sangre de las mujeres. Los espíritus de la Naturaleza se comunicarían a diario con las pequeñas comunidades humanas a través del fuego que les calentaba, de los alimentos que consumían, de los sentimientos que descubrían en su interior... Y sobretodo a través de la poderosa y todavía salvaje Naturaleza: de los ríos, los animales, los bosques, los días y las noches.
Y si estamos de acuerdo en que así fue, todo ese existir simultáneo quedó plasmado en las paredes de las cuevas y en todas las muestras de arte mueble e inmueble que se han perdido con el tiempo.

No habría que extrañarse, pues, que para dibujar este tríptico de la actualidad haya elegido la tinta de base acuosa, porque con ella puedo difuminar los límites de la realidad, como hacían por cierto los antiguos pintores chinos y japoneses.


Hasegawa Tohaku (c.a. 1595)



Imaginemos ahora un paisaje pintado con pinceles de diferentes grosores mojados en tinta de un solo color o de varios colores... De repente, unas montañas surgen de la nada y entre la niebla, los tejados de paja de un pequeño pueblo, casi tragado por la Naturaleza... En un primer plano, puede haber una oruga de color verde y amarillo comiendo hojas mojadas de rocío, preparándose para su metamorfosis, y a lo lejos, bajo un cielo salpicado de nubes inciertas, unos patos volando hacia alguna parte... La composición termina poco a poco, difuminándose por los cuatro puntos cardinales, dando a entender que la historia contada no acaba ahí, sino que sigue.. están pasando más cosas a la vez... Y uno podría entrar físicamente en la escena dibujada como cuando en las pelis antiguas la niña metía la mano, después el brazo y después todo el cuerpo dentro del espejo o dentro de la televisión... (¿Alicia en el País de las Maravillas? ¿Juan y las Alubias mágicas? ¿El Castillo dormido durante cien años de la Bella Durmiente?... los cuentos infantiles sin duda se acercan a esa realidad paralela que la mente científica desmiente con obstinación).

¿Por qué nos atrae más un cuadro del romántico Turner que cualquier paisaje o bodegón hiperrealista? ¿Por qué la pintura ha conseguido, a través de tantos estilos de todas las épocas, atraer la mirada crítica del espectador, como en mi opinión no lo ha hecho ninguna otra arte visual?



"Tormenta de nieve en el mar" William Turner




Quitando la pintura realista, que no me interesa demasiado, puesto que copiar la realidad no tiene mucho valor y, además, desde el siglo XIX contamos con la maravillosa fotografía, pienso que la respuesta está en el trazo, pastoso o acuoso, precipitado o meditado, de la materia sobre el lienzo, sobre el papel, sobre la roca... Y en cómo ese trazo refleja o esconde la luz. Ese juego entre la luz y la oscuridad es la esencia misma de lo que nos rodea, lo que percibimos claramente y lo que sólo intuimos. Y ahí es donde ese trazo plantea preguntas, interpreta la realidad, ¡interpela la realidad!, cuestiona directamente su esencia y su verdad.





Hokusai (1827)



Cuando el cerebro humano llegó al gran hito -comparable a erguirse sobre dos patas o a pronunciar las primeras "palabras" con significado- de plasmar físicamente una idea, un concepto y sacarlo así fuera de la mente para compartirlo, para explicarlo, posiblemente para entenderlo mejor él mismo, se quedó maravillado del resultado. Esa mancha en la pared significaba algo. No era propiamente ese algo, pero lo representaba, actuaba en su lugar. Ante ese descubrimiento, el ser humano tomó consciencia por primera vez de que lo tangible convivía con lo intangible, con las ideas, con los pensamientos, con las palabras... Lo tangible era la cueva, la llama de tuétano iluminando la pared, las manos con todos sus dedos, el frío, el ruido del clan despertando con el sol. Lo intangible era ese sol dibujado como un círculo rojo con puntitos alrededor, hechos con la yema del pulgar, que representaba al sol de verdad, pero no sólo eso, sino también el calor, la protección y la dicha que proporcionaba.
Así pues, en un viaje de ida y vuelta, la abstracción primigenia dio paso rápidamente a un deseo de plasmar más fielmente la realidad, llegando a la perfección, al absoluto dominio del trazo durante el periodo Magdaleniense, al final del Paleolítico (hace entre 17.000 y 12.000 años). Nunca se ha pintado la fauna con ese rigor, con esa expresividad, con ese grado de verdad como en esa época de la Prehistoria. La seguridad de ese trazo es inigualable. Otro cantar es el porqué de esos temas recurrentes... ¿por qué no les dio por pintar una puesta de sol, un retrato o una flor? Bueno, está claro que la pintura no era un pasatiempo para ellos, no era una actividad lúdica... sino algo mucho más serio, con un fin (se cree que atraer las manadas y propiciar una buena caza para la supervivencia del clan).
Como sea, a partir de ahí empezó a cerrarse el círculo y un desarrollo progresivo de las capacidades mentales y un trabajo más constante con el pensamiento abstracto, desembocó de nuevo en la abstracción, el simbolismo y las formas geométricas, aparentemente más fáciles de dibujar, pero mucho más complejas a nivel semántico.

No quiero dejar pasar la oportunidad de hablar de los ideogramas chinos y japoneses. En un libro que he leído recientemente titulado "Japón perdido" de Alex Kerr, he podido adentrarme un poco en la cultura japonesa y entre sus muchas manifestaciones está la caligrafía, de la cual Kerr es un gran apasionado. Cada ideograma, representado a través de uno o varios kanjis, equivale a un concepto, a una idea, los hay simples y los hay más complejos, como los conceptos mismos. Un kanji está hecho de pinceladas que siguen un orden concreto, una dirección y un sentido, hasta una velocidad y unas pausas establecidas en su elaboración. El resultado es un "dibujo abstracto", que en su origen podía parecerse más o menos a la realidad y poco a poco fue ganando en abstracción, pero, en cualquier caso, es una imagen que interpela directamente al cerebro desde el momento en que se contempla. Digamos que, al contrario que en un alfabeto normal, los ideogramas no hay que decodificarlos para entenderlos. De ahí su fuerza. Su magnetismo.
Y de ahí que la Caligrafía se haya convertido en un arte con los siglos. Tristemente en el Japón moderno, reflejo de la sociedad deshumanizada que habita mayormente el Planeta, siempre con prisas y obsesionada con rentabilizar cada instante, apenas hay hueco para ella.
(Estoy segura de que en algún lugar de Japón, ahora mismo, alguien está creando un nuevo ideograma que representa el mundo de hoy día. Y que cuando la tinta se haya secado, mañana por la mañana, observará el resultado y se deshará de él, horrorizado ante lo que ven sus ojos).




Sesshu Toyo (1495)




Lo que voy a contar a continuación no es un cuento; es la realidad.
Puede ser leído por partes o como un todo. A mí me gustaría que se pudiera observar como el tímpano frontal de una iglesia románica, con la mente abierta de un campesino medieval analfabeto, que no ignorante. Con la intención de que las imágenes golpeen con fuerza el corazón y las ideas y tengan, de alguna manera, un efecto revolucionario, de sublevación -cada cual a su escala- contra lo que está pasando y no nos gusta. Ahora está de moda el Mindfulness, que consiste básicamente en tomar conciencia de cada minuto que respiramos. Pues bien, detengámonos unos instantes a observar, sólo observar...  y a reflexionar después sobre lo que hemos visto. Seamos conscientes de quiénes somos, dónde estamos y qué estamos haciendo o qué no estamos haciendo. Supongo que se lo debemos a las generaciones futuras, quienes, por cierto, ya están aquí, por si alguien no se había dado cuenta (son esos nuevos adolescentes que tanto nos cuesta comprender).




Santa María del Arce (Navarra)



No estaría siendo honesta si no reconociera que durante mucho tiempo he tenido en mente la canción "Ser Brigada", de León-Benavente. Y que no hay duda de que ha inspirado parte de esta entrada, así que les debo un enlace y sugiero que imaginemos la voz de Abraham Boba recitando los siguientes párrafos.


             



Y ocurrió así:


El Ártico se derretía y los osos polares se quedaban sin hielo que pisar.


El capitalismo arrasaba las civilizaciones a una velocidad comparable con el ébola hace unos años, aunque sus efectos eran incluso más devastadores que los del virus.

Se talaron bosques frondosos, repito bosques frondosos, verdaderos pulmones verdes de la Tierra, para sembrar cereales transgénicos de alto rendimiento, monocultivos que desertizaron hectáreas enteras de Planeta. Los huracanes y los tifones avanzaban cogidos de la mano y se iban quedando sin nombres propios.
Era posible ver mariposas revoloteando sobre los crisantemos del cementerio un 1 de noviembre y a los pies de las tumbas, hormigas exhaustas trajinando tras un verano sin fin. Cruzando el cielo, en todas direcciones, pequeños grupos de grullas volando sin brújula fiable.

Era posible ver a Donald Trump diciendo que no creía en el cambio climático y sí en una América más grande, mientras se oían las microexplosiones del fracking por todo el país y lo que quedaba de los nativos americanos en pie de guerra contra salvajes oleoductos que cruzaban las tierras de sus antepasados.

Cientos de cetáceos quedaban varados en playas de poca profundidad, desorientados con tanto lío de señales acústicas de submarinos, repetidores y petroleros... Por encima de sus cabezas las gaviotas volaban en círculos, con los estómagos llenos de plástico, cagando extraños excrementos multicolor.

Varios kilómetros por encima de la casa de madera desvencijada de Pipi Calzaslargas, varios kilómetros por encima de las gaviotas-bomba y también de la playa de ballenas atascadas, un agujero monstruoso del tamaño de América del Norte parecía que por fin paraba de crecer. Aunque, como una nevera mal cerrada, dejaba escapar el frío por su interior, y la temperatura subía y subía...

Y ocurrió así:

Los gurús del momento estaban en youtube, ajenos a los males de la Madre Naturaleza y dirigían a las generaciones futuras hacia una realidad paralela poco preocupada por su propia supervivencia... 

Mientras paseaba por el lecho ahora desnudo y triste del río, una abuela iba contando a sus biznietos el cuento de Caperucita por enésima vez, y en la mente de los pequeños Caperucita llevaba móvil y minifalda y el lobo era en realidad un holograma. Si cerraba los ojos, la abuela podía sentir de nuevo en su flanco el roce del cuerpo del lobo, cuando siendo niña, una noche que se le hizo tarde con las vacas en la montaña, la manada la escoltó valle abajo. La fuerza de esos músculos peludos se le quedó gravada para siempre... y ahora sentía una profunda tristeza cuando miraba a los suyos y entendía que nunca verían un lobo de verdad, ni conocerían la escala real de las cosas.






En otro pequeño pueblo de Navarra (España, Europa) la globalización producía extraños fenómenos paranormales, como que sus habitantes celebrasen Halloween creyendo que se trataba de una tradición ancestral nacida en los valles pirenaicos a la par que el euskara. Un anciano con txapela, excluído de la globalización, observaba a los niños con sus disfraces baratos comprados en el chino y recordaba las calabazas y las velas que llenaban las noches negras de su caserío familiar el día de Difuntos. El miedo era preferible, un millón de veces, a la inconsciencia.

Mientras tanto, en un taller clandestino de un suburbio gris y contaminado de cualquier ciudad de China, una mujer terminaba su turno. A su lado se amontonaban decenas de trajes de Spiderman, cosidos con bobina de hilo azul, un azul eléctrico que la mujer sólo conocía en sueños. Después de doce horas ininterrumpidas de trabajo, se dejaba caer en un catre adaptado en el fondo de la misma fábrica y se preguntaba qué sentido tenía... vivir. Luego soñaba que era un pájaro con cresta que cruzaba volando un precioso cielo azul eléctrico.

El concepto de "lucha obrera" aparecía en algunas enciclopedias impresas en papel satinado como una rareza del siglo diecinueve y principios del veinte, extinguida como muchos manantiales de topónimos centenarios. 
Un poco más arriba, en la misma enciclopedia, se podía leer: "Esclavitud: relación que se establece entre dos individuos y que implica el completo dominio de uno hacia el otro, por el cual el segundo (el esclavo) es propiedad del primero (el amo). Abolida en Estados Unidos por Abraham Lincoln en 1863, actualmente está prohibida en casi todos los países". 

Un alto cargo de las Naciones Unidas veía la televisión en su casa acristalada junto el lago de Ginebra, tumbado en un sofá de piel de oso polar. La CNN emitía un reportaje sobre la venta de seres humanos en Libia, subsaharanios que soñaban con cruzar a Europa, cuyo precio oscilaba entre los 150 y los 400 euros por cabeza. El hombre pálido cambiaba con pereza de canal y hacía señas a la sirvienta para que le fuera calentando la cena. 

Los periodistas seguían siendo los imprescindibles del milenio.






"Arbeit macht frei", el trabajo nos libera, seguía en pie en la entrada de Auschwitz (Polonia, Europa), con la B boca abajo, como la mirada insubmisa del herrero obligado a forjarla. Rebaños de turistas cruzaban el triste dintel con el corazón encogido, como en su día lo cruzaron rebaños de judíos. Letras negras sobre fondo para siempre gris, desafiantes ante la posibilidad remota pero no descartable de que otro loco, en el futuro, acuñara una frase más perversa que esa. 
Y en el mismo día en que moría el último superviviente de un campo de exterminio nazi, y por fin conseguía descansar en paz, hordas de cabezas rapadas tatuadas con la cruz gamada, jóvenes nacidos y criados en la cuna de la civilización occidental, lo celebraban emborrachándose y destrozando lo que encontraban a su paso.



Y ocurrió así:

Un loco (o un listo), hijo de otro loco (también listo), a su vez hijo del listo primigenio, dejaba ver su silueta cada día más oronda en el desfile de las fuerzas armadas de su país, del cual él era el Dios supremo, el Creador, el Puto Amo, y la nación entera le rendía pleitesía. Las sonrisas y las lágrimas de sus súbditos, cantando himnos y lanzando vítores de "¡Larga vida al Gordo!" eran la prueba viviente de que lo peor del ser humano plastificado aún estaba por llegar. 
Por el contrario, su país gemelo del sur intentaba zafarse de las garras del consumismo. Una mujer escribía en soledad "La vegetariana", con la esperanza de que alguien comprendiera el peligro que corría su cultura milenaria, fagocitada por la versión más brutal y salvaje del capitalismo, la "2.0 Países Emergentes".

La literatura, la música, la poesía, el arte... se dedicaban a denunciar débilmente los excesos del momento con la fuerza de un gatito extraviado en pleno aguacero. En muchos países, ver a alguien leyendo un libro en público empezaba a considerarse algo realmente raro, casi sospechoso. Las lenguas se simplificaban a favor de una mayoría ignorante, "pues el idioma es algo vivo que tiene que adaptarse a los nuevos tiempos", proclamaban los calvos académicos desde sus tronos apolillados donde no les llegaban los pies al suelo... y así colaboraban conscientemente en hacer al pueblo más estúpido e ignorante para que no pudiera gobernarse nunca solo (sin tilde). En pocos años, se enseñaría en las escuelas a leer y a escribir como en Japón se enseñaba ya la Caligrafía antigua, el significado de algunos de cuyos caracteres ya nadie conocía. 

Alguien andaba removiendo con el palo de madera el caldo de bienvenida, agridulce y empalagoso, de un nuevo líder. Y la chusma babeaba, paladeando el nuevo fertilizante extradulce para su estupidez, mientras se reproducía como una plaga a ritmo de regaetton.
Las viejas brujas sentían debilitarse su poder y les costaba encontrar aprendices de corazón puro entre las jóvenes. Su mirada ya no era chispeante como antes, una nube de preocupación las seguía adonde fueran... ¿quién plantaría cara al poder cuando ellas ya no estuvieran?

La sabiduría popular, los remedios naturales, la caza de supervivencia, los secretos del campo y de la huerta, el pastoreo, la cría y aprovechamiento del cerdo, la apicultura, las conservas caseras... todo el saber acumulado por la raza humana durante milenios se perdía como el trigo de un saco pinchado por abajo a mala leche, y se vaciaba a cada sacudida de pantalla de cualquier serie de Netflix. Cada grano de trigo desperdiciado significaba un secreto y un descubrimiento...
Muchos humanos vivían vidas virtuales que robaban a otros, y no sentían ningún tipo de complejo por ello. Hasta se veían a sí mismos como una especie de superhéroes.

El mar seguía siendo el mayor de los misterios insondables, el mar y algunas simas que desaparecían kilómetros tierra adentro (ahora sabemos que Jules Verne se quedó en la superficie en su Viaje al Centro de la Tierra, y Jacques Cousteau nos mostró apenas una quinta parte de los océanos). Sólo permanecían vírgenes algunas zonas muy concretas de la selva amazónica, donde decían que no llegaba el GPS ni la civilización... puede que alguna isla perdida del Pacífico y el Espacio Exterior, afortunadamente infinito.

El influjo de la luna sobre las mareas seguía intacto de momento, y las mareas solían arrastrar a las playas "extraños frutos" inertes. Puede que la mayor tragedia de la humanidad estuviera sucediendo entre la espuma de las olas. Con cientos y miles de náufragos al cabo de los años, el mar parecía un Dios airado e insaciable que había que apaciguar con sacrificios humanos.



Poseidón avanzando sobre el mar. Ivan Aivazovsky







Termino con una imagen.


Había una especie de delfín blanco, que nadaba solo bajo bloques de hielo, en completo silencio. 
Era ciego. 
No sé más. 
A veces sueño que soy ese delfín. 
Que me envuelve el silencio. 
Me muevo despacio porque no voy a ningún lado, solo vago por el espacio infinito de un mundo sumergido, silencioso y oscuro. Siento paz.




 WA (paz)

domingo, 12 de noviembre de 2017

La mascota






Todos los equipos tienen su mascota, que suele ser tirando a gorda, peluda y de colores chillones.
Hay tigres, castores, tiburones, mofetas... algunos muy 
graciosos, otros simplemente raros, pero todos de colores muy vivos y embutidos en la camiseta oficial de su equipo.

Mamá dice que una vez Rosie fue azul... pero ahora es 
totalmente gris. O blanca, o marrón, dependiendo del día y 
la iluminación del polideportivo... Qué más da, es nuestra 
mascota: Rosie.

Le vamos dando el abrazo antes de empezar el partido como hacemos siempre, uno detrás del otro. El cuello ya no le sostiene la gorda cabezota de oso, que se balancea a un lado y a otro como un péndulo. Hace tiempo que perdió un ojo y mamá le cosió un botón, así que parece un oso-zombie... Sabemos que al equipo contrario le da un poco de miedo, incluso asco... y eso nos da cierta ventaja al empezar. Pero ante todo es nuestra mascota, es Rosie, y no habríamos ganado un solo partido sin ella. Tampoco perdido.

Yo siempre soy el último en darle el abrazo, y cuando lo hago cierro los ojos y hundo la cara en su cuello peludo. Su olor siempre me recuerda a Laura, mi hermana pequeña, y por unos segundos vuelvo a ver su cara sonriente, mirándome con ojos brillantes... Esa sonrisa me da fuerzas para el partido. Luego Rosie se queda sentada en el banquillo todo el partido, y normalmente no nos acordamos más de ella. No sé cómo, mi madre se las apaña para recogerla y sentarla en el asiento trasero del coche, hasta casa, donde supongo que vuelve a dejarla en la habitación de Laura, sobre la cama ahora ya vacía.

Esta temporada hemos quedamos primeros de grupo. Nos dieron una medalla a cada uno y una copa dorada con una base de cristal. En la foto que nos hicieron salimos con Rosie en el centro, sosteniendo la copa con sus garras regordetas. Así de lejos, parece que esté guiñando el ojo a la cámara... Al lado de esta foto, que he puesto en la estantería de mi habitación, tengo la foto de Laura, antes de que enfermara. Os juro que su sonrisa brilla en la oscuridad...

Recuerdo las últimas semanas en el hospital infantil. Era casi Navidad y Laura no se separaba de Rosie. Se le había caído el pelo del todo y llevaba un pañuelo en la cabeza lleno de pequeños Doraemons. Entró un Papá Noel bastante mal disfrazado y sacó de su saco de regalos uno para Laura, sin dejar de hacer "jo-jo-jo... jo-jo-jo...", como si no supiera hablar. Le ayudé a desenvolverlo. Era un mapache de peluche, de color rosa fuerte. Laura no dijo nada, pero abrazó a Rosie por el cuello con todas las fuerzas que le quedaban. A la mañana siguiente, el mapache estaba en el suelo debajo de la cama. 

Por esto nuestra mascota es Rosie y no hubo discusión ninguna cuando la llevé ese día al partido vestida con la camiseta naranja del equipo. 
No recuerdo si ganamos o perdimos, la verdad, yo estaba en una especie de nebulosa y me parecía que todo iba muy rápido a mi alrededor y yo era un caracol tratando de salir de la bolsa de basura donde me había metido. Sé que mi madre al principio no apoyaba lo de Rosie... pero al poco le pareció bien, más que bien, me dijo: has tenido una idea buenísima, Dani. 
Le prohibí que la lavara, NUNCA, porque olía a Laura. Y por eso Rosie no será nunca como las demás mascotas de los otros equipos: gordita, peluda y de colores chillones. 
Rosie es Rosie y sé que va a estar siempre a mi lado.

sábado, 11 de marzo de 2017

Todo lo bueno y bonito que hay en el mundo

























Ese día estoy poniendo una lavadora. Me quedo quieta escuchando el familiar sonido de arranque del motor, seguido del agua entrando por el tubo gris. Todo bien, todo en orden. El mundo sigue girando allí fuera, como lo hacen ya los calcetines y las toallas dentro del tambor de mi lavadora. Le echo una mirada agradecida a este viejo cíclope que me acompaña desde hace ya tantos años, impasible ante cada mudanza, ante cada nueva cocina... Un aparatejo tan vulgar y que sin embargo cambió la percepción del tiempo para las mujeres en el mundo. Mi mirada trepa entonces por las baldosas de la cocina, atraviesa el cristal algo sucio de la ventana y se queda enredada en las ramas desnudas de invierno de un ciruelo. El viento y la lluvia agitan este superviviente cíclico y azotan airados su cuerpo, como haría un padre despiadado con un hijo que no le corresponde o un barman despechado, obligado a preparar cócteles a pesar del dolor. Al mismo tiempo y desde hace un rato, la radio encima de la nevera está derramando una voz femenina y grasienta que se desnuda con unas canciones demasiado sinceras. Inconscientemente deseo que el programa termine y la artista se vuelva a su casa con su guitarra.
Me pregunto si esto es todo. Si, al final, no será que esto que llamamos vida se reduce a cuántas lavadoras llegarás a poner, y cuántas veces te tocará correr a destender la ropa porque empieza a llover. Tampoco lo vería mal si así fuera...
Alguien llama a la puerta y es una vecina en paro como yo, que me trae un recorte de periódico, que ella sigue comprando y yo no. A cambio la invito a un café, encima venir con la que está cayendo... y acepta a la primera, cosa que no me sorprende, como consecuencia natural de la causa "he venido". Me alivia haberla invitado, me alegra... Noto por su forma de sacudir el paraguas y dejarlo sin titubeos en el rincón de la entrada, que lo estaba esperando y que se hubiera sentido decepcionada si se hubiera vuelto a casa sin cerrarlo. La verdad es que no siempre acierto a adivinar los deseos de los demás, pero hoy parece que estoy en comunión con el mundo.

- El café compartido sabe más rico -comenta mi vecina como quien no quiere la cosa, ya sentada en mi cocina, a modo de cumplido.
Yo asiento, aunque a mí me sabe igual de rico (o más) cuando lo saboreo en soledad. Pero esto es la comunidad, supongo. Ahora mismo la lavadora nos hermana, a mi locuaz vecina y a mí, como a dos ciudades que poco tienen en común, más que un día alguien decidió aparear sus nombres y convocar a sus alcaldes. La lluvia arrecia ahí fuera, calculo que ya está empezando a arremolinarse en los sumideros llenos de hojas de la calle ligeramente inclinada donde vivo. Mientras tanto, al calor de la cocina, mi vecina y yo hablamos de temas insustanciales para mí, seminales para ella, como que hoy ha decidido preparar unos canelones de atún para comer o el repaso a fondo que le ha dado al salón con el aspirador antes de venir. Salta a la vista que yo no he estado ocupada en lo mismo, y me apena momentáneamente la visión de un libro de Pierre Michon, despachado a regañadientes en una esquina del sofá, cuya lectura sé que no voy a poder compartir con ella, ni esa ni ninguna otra. Para distraerme intento analizar las luces y las sombras de su rostro, como hace Michon con sus personajes, pero supongo que mi mirada carece de profundidad y de carga histórica. Sólo consigo distinguir alguna pequeña arruga que me había pasado desapercibida hasta el momento -por lo demás mi vecina goza de un cutis envidiable- y la misma falta de brillo que siempre me desalienta en su mirada, del tono de un trozo de madera sin barnizar. Mi mente divaga: de alguna manera, el Pierre Michon que destilan las palabras de este "Vidas minúsculas" me ha recordado mucho al joven Cârtârescu que leí hace unos años, pues está claro que los dos, en distintos puntos del planeta, han nacido para escribir y han sido elegidos para tal tarea. Y al reconocer a otro súbdito leal, otro enamorado que pone su vida a los pies de la Literatura, he sentido la misma envidia inofensiva de siempre. Supongo que al igual que ellos yo escribo por placer, pero la diferencia es que ellos confiesan que morirían de no escribir y yo, sinceramente, no creo que llegara a tanto. Me adapto como las ratas. Y sobrevivo. Poniendo lavadoras, tratando con vecinas, sudando la nómina... y leyendo y escribiendo a ratos.
Observo la boca que se abre y se cierra sin descanso de mi vecina, pero no oigo lo que sale de ella. Esto me hace pensar en cuán diferentes somos, puesto que durante el acto literario -casi el acto amoroso- no hace falta hablar. La boca permanece cerrada, sólo trabaja la mente pintora, mezclando colores, que son las palabras, en su paleta usada, que es el lenguaje. Cada cual sabe -o al menos debería preocuparse por saber- dónde se esconde su placer secreto, único e intransferible. Puede que el mayor goce de mi vecina sea caerle bien a todo el mundo y que resuenen las alabanzas a su buen hacer hasta más allá de estos altos valles...

- ... la llevaban en procesión desde el valle hasta la ermita de Catalain.
- ¿Cómo? - creo que me he perdido algo interesante. Parece que mi vecina está hablando de la Virgen que van a subastar en Nueva York dentro de unos días, de eso trata el recorte de periódico que me ha traído y cuya foto observo al fin con detenimiento.
Se trata de una preciosa talla del siglo XIII, a toda página ¡y no es para menos! El texto que acompaña la imagen se adapta al dorado contorno medieval. Leo que su pista se perdió hace 86 años y que ha sido un arquitecto soriano enamorado del arte quien ha advertido a las autoridades al ver su foto en el catálogo de la casa Sothesby's. (En otra vida paralela y que sólo existe en mi imaginación, yo trabajé con veintipocos años en esa casa de subastas, me codeé con los millonarios del momento y gocé de una juventud intensa y sofisticada en la ciudad de los rascacielos). Pero en la vida real y con el frágil periódico en la mano, me conformo con imaginar al maquetista del catálogo insertando la foto de la Virgen y el Niño, escribiendo al pie la leyenda "From Salinas de Ibargoiti (Spain)", no sin cierto esfuerzo, y destacando el precio de salida en 12.000 dólares, lo único que va a importar al fin y al cabo.
"La talla románica ha pertenecido a la familia de Mina Merrill Prindle (1864-1963) desde 1929", leo en uno de lo primeros párrafos. Sonrío. El nombre de Mina siempre me recuerda a la vampirizada protagonista de "Drácula", de Bram Stocker, novela que habré leído unas cinco o seis veces a lo largo de mi vida y que presumo de haber relatado apasionadamente capítulo a capítulo a mis compañeros scouts cuando íbamos andando de excursión por algún camino tedioso o antes de dormirnos, dentro de la tienda de campaña. ¿Cómo pude hacer eso? "Drácula" no es una novelita ligera, precisamente. Visto desde la distancia, ahora me parece una tarea monumental y complicada... Creo que entraba en una especie de trance cuando lo hacía, tal era mi devoción a la novela, y al mismo tiempo, ahora sé que los niños y los adolescentes son capaces de hazañas magníficas, que sólo hay que dejarles libertad. Así que la señora Mina Merrill Prindle compró la figura justo en el inicio de la Gran Depresión (mientras otros conciudadanos suyos empezaban a tener serios problemas para sobrevivir) y la tuvo en su casa de Minnesota durante años, probablemente otra reliquia más. Sin embargo esta talla es realmente espléndida, a juzgar por la foto, está recubierta de una pátina de oro, y su rostro de mejillas sonrosadas y mirada de madera, tan distinta de la de mi vecina, transmite pureza, amor, paz, eternidad. Consigue dar la impresión de que sus ojos están mirando exclusivamente todo lo bueno y bonito que hay en el mundo. Supongo que el Arte es esto, y que por esto se llama Arte.
Sería un placer poder contemplar de cerca esta Virgen policromada de medio metro de altura, sentada en un discreto trono con su Hijo entre las rodillas, e intentar descifrar desde todos los ángulos esta sonrisa enigmática que nada tiene que envidiar a la de la Gioconda, acaso el punto extra de sensualidad de la italiana. También disfrutaría cerrando los ojos y acariciando las manos suaves de la Virgen, pulidas por los besos de los devotos durante siglos y los pies del Niño Jesús, tan minúsculo y tan adulto a la vez. Me viene a la mente un libro maravilloso de Ricardo Menéndez-Salmón que fabula la niñez de Jesús : "Niños en el tiempo", se llama. Cómo disfruté con ese libro... cuánta luz arroja al mundo con sus palabras bellísimas.
Leo que en principio el Gobierno de Navarra no está interesado en pujar por ella y tratar de recuperarla para Navarra (supongo que hay otros terrenos más fértiles donde invertir el dinero que el del patrimonio artístico), pero sí lo va a intentar una fundación privada con sede en Pamplona. Como bien dice su descubridor: "sería una pena que acabara en el salón de algún multimillonario ruso". Dudo que este hipotético comprador de arte así como tampoco la dama americana de Minnesota que la adquirió hace un siglo conocieran siquiera el origen de esta imagen delicada, -se especula por su acabado en oro y su rica filigrana, que podría haber sido tallada en la escuela de la Catedral de Pamplona o en el Monasterio de Irache en tiempos de Sancho el Fuerte, durante el primer tercio del siglo XIII-. Y dudo que supieran ni vayan a saber tampoco que durante siglos fue la Virgen de Elizaberria, un monasterio precioso hoy en día abandonado -escandalosamente abandonado- entre campos de labor muy cerca de mi pueblo.






De allí pasó a la Iglesia de San Miguel de Salinas, donde terminó relegada a simple consorte del santo, y debió de ser hasta tal punto malquerida y subestimada, que en 1929 el párroco de la iglesia decidió venderla a un extranjero para poder sufragar así unas reformas que el templo necesitaba. Parece que ningún feligrés objetó nada a su venta, o por lo menos no quedó constancia de ello. Así dejó la Virgen de puntillas el valle de Ibargoiti, las tierras navarras en definitiva, y cruzó el Atlántico y medio continente americano hasta llegar a la fría Minnesota, donde lo más parecido a ella serían los tótems de madera de las tribus dakotas originales. Allá Madre e Hijo pasarían otros noventa años sin pena ni gloria. Me gustaría pensar que por lo menos la Señora Mina Merrill fue una cristiana devota y le rezó a la Virgen de vez en cuando. ¡Si no, cuán sola y olvidada tuvo que sentirse María en esas tierras de ultramar...!

A veces intento imaginar cómo sería la vida de la gente que vivió en estas tierras antes que yo. En los tiempos en que se veneraba a esta Virgen de madera, por ejemplo. No habría lavadoras, por supuesto, y las frías aguas del río congelarían cada día el alma de las mujeres, como mil agujas agarrotando sus manos de madera, el dolor subiendo por los musculosos antebrazos, más propios de un hombre, hasta el corazón. Físicamente serían mujeres de hierro (las débiles sobrevivirían poco años), capaces de cortar leña, ordeñar vacas, matar cerdos, moler trigo, acarrear sacos de sal, andar kilómetros por caminos embarrados o cubiertos de nieve. Capaces de parir en las condiciones más precarias, como cualquier hembra de cualquier raza animal, y sacar adelante a algunos hijos con la ayuda del instinto y de las abuelas. Mujeres ignorantes de lo más básico de la feminidad, sin espejos, sin coquetería, cuerpos con agujeros por donde las cosas entran y salen, sobretodo salen, sin saber exactamente cómo ni por dónde. Quiero pensar que entre ellas habría algo parecido a la solidaridad y la camaradería. Que entre vecinas se contarían las cosas cuando bajasen a la fuente a por agua, o durante los días de matanza, o al extender la sal en las salinas bajo el sol asfixiante de julio... Las jóvenes hablarían entre risas de tal o cual mozo de buen ver. Las casadas se reirían de sus propios maridos y compararían proles, dolores exclusivamente femeninos, compartirían temores, experiencias con el cura, ruegos a la Virgen, pócimas y ungüentos, recetas, canciones, leyendas y supersticiones.
No lo sé, cuesta imaginar lo que nunca se ha visto. Y sé que ni siquiera me acerco a lo que pudieron sentir esas mujeres, a lo que entenderían por vida, a la postre una lucha diaria por la supervivencia. No quedan testimonios de esas vidas.
Si la Virgen de Elizaberria pudiera hablar... creo que describiría noches largas y oscuras de verdad. El sonido lejano de los lobos en el bosque - cómo me gustaría oírlo todavía-, y el del viento entre las ramas y las rendijas de las puertas imperfectas. Las tablas de madera tosca crujiendo bajo pies descalzos que se desplazan en la noche y que suenan como una mujer que gime. Describiría un mundo poblado de sombras y de demonios, amplificado por el uso de velas y antorchas para alumbrar las tinieblas. El refugio de unas casas con olor a cuadra, donde animales y humanos comparten por igual el calor de la lumbre, y de cuyas paredes cuelgan sencillas cruces de madera y otros amuletos paganos contra los malos espíritus. También la mesa familiar a la hora de la cena, austera al límite, rodeada de cuerpos cansados que engullen en silencio y dejan entrever unos dientes podridos. Y torcería el gesto al relatar la mugre que lo recubre todo como una costra pestilente. Imagino un mundo negro, no sé a razón de qué imagino tanta negrura, porque de seguro habría momentos radiantes y soleados... momentos donde la propia perfección de la naturaleza, la belleza intrínseca del mundo a pesar del hombre, acaso la inteligencia de una persona en favor de la comunidad... iluminara las vidas de la gente y les hiciera sonreír y acercarse a eso que llamamos felicidad. Pero el resto del año no puedo evitar imaginármelo negro y sufriente como un duelo antiguo. Y ahí entraría la Iglesia con todo su ejército, con todo su poderío visual y escrito, convirtiéndose en única guía y refugio espiritual de estas almas campesinas. Mostrando su única verdad por encima de creencias ancestrales, filtrándose lenta pero indefectiblemente como el agua en el subsuelo y calando la tierra que trabajaban con sus propias manos estos campesinos. Pasados ocho siglos, seguimos en las mismas, cosa que me da que pensar en lo bien confeccionado que estuvo el plan desde un principio. Todavía hay millones de fieles en el mundo que creen la historia de Jesús, María y José y todo lo que vino después.



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Así que, ¿cómo no iban a creer en la Virgen esas mujeres y hombres cuando la veían tan bella, con ese precioso manto dorado, un trono, una corona y un pequeño Dios sentado en sus rodillas? La dama blanca les tendería la mano desde otro mundo a estas mujeres casi prehistóricas y les prometería algo mejor y ellas la escucharían embelesadas hablándoles del Paraíso después de la muerte, hablándoles de paz, de descanso eterno. Una esperanza, al fin y al cabo, de que existe algo más que el trabajo y el sufrimiento. Sólo por todas esas raciones de esperanza repartida gratuitamente durante siglos, -parecidas a la ración de comida que hoy día se les entrega a los refugiados en tantos puntos del Planeta, pero con más carga espiritual-, la Virgen merecería quedarse en "casa", en el valle de Ibargoiti, donde pasó sus primeros siglos de vida policromada.
(Otra reflexión me merecen los nombres femeninos asociados a las Vírgenes. Obviando el internacional María, me resulta curioso la devoción que algunas familias profesan a las Vírgenes hasta el punto de ser capaces de bautizar a sus hijas con nombres como Camino, Llanos, Cinta, Pilar... Concepción, Asunción, Anunciación, Presentación, ¡Patrocinio!)

- ¿Quién?
- Camino, la madre de Fermín.
- ¡Ah sí! -no tengo ni idea de quién me está hablando.
- Pues Camino fue la que me lo contó. Dice que ella nunca la vio, pero que recuerda a su abuela hablar de la Virgen. Y tenía que haber más, porque las llamaban las "Tres Marías".
- Curioso...


A veces del cementerio de la Historia, el presente exhuma para nosotros pequeñas joyas y nos las ofrece como un regalo incómodo. De nosotros depende el ser capaces de recibir estos deshechos de otras épocas que de repente emergen a la superficie de nuestras vidas con el poder de hacernos parar a pensar. Personalmente yo me he dado cuenta, contemplando esta talla de madera, de que nosotros moriremos pero la belleza y el Arte por fortuna seguirán existiendo siempre. Podría ser un consuelo ante la muerte -para aquel que lo necesite-, pero sobretodo es una garantía de que hará falta algo más que la ciencia y la tecnología para hacer de nosotros moradores felices de la Tierra. Porque si algo tiene el Arte es que implica compromiso -compromiso con unos valores, con una herencia recibida, con un futuro mejor- y sólo estando comprometidos salvaremos todo lo bueno y bonito que hay en el mundo.








DIARIO DE NAVARRA
Actualizada 27/01/2017 a las 16:44
Salinas de Ibargoiti
DN.ES. PAMPLONA

La Fundación Miguel Echauri de Pamplona manifiesta que ha sufrido una gran decepción al no poder adquirir la talla de la Virgen de Salinas de Ibargoiti. Previamente, para poder participar en la subasta, se había fijado como límite, incluidos los gastos, una cantidad que no excediera de los 90.000 dólares. La cifra parecía más que suficiente para pujar con tranquilidad en la subasta de la escultura, cuyo valor de estimación Sotheby’s había fijado previamente entre 12 y 18.000 dólares.

No obstante, la rápida puja, subiendo de 5.000 en 5.000 dólares, dio la inmediata sensación del gran interés de varios posibles compradores que acabaron obligando a la Fundación Miguel Echauri a retirarse de la puja al sobrepasarse ampliamente la cantidad que la Fundación tenía destinada a la compra de la talla. Sorprendentemente, los compradores llegaron rápidamente a la cantidad de 80.000 dólares de precio de remate de martillo, que con los gastos del porcentaje de la subastadora, impuestos, seguros, traslados, etc., superarán ampliamente la cantidad de 120.000 dólares, resultado espectacular, siempre posible, pero sumamente inesperado.





jueves, 5 de enero de 2017

LA NIÑA QUE RECOGÍA PIÑONES



Este cuento se lo quiero dedicar a a Lucia Berlin, el descubrimiento literario del año para mí. Sus cuentos son tan buenos, tan exageradamente buenos, que sólo me queda intentar imitarla y aunque sé que estoy a años luz de su escritura, su talento me da ánimos y me alienta a seguir intentándolo. Para mí hay dos clases de escritores/as: los que después de leerlos me dejan con las ganas de escribir, y los que no. Lucia Berlin no sólo me ha dejado con unas ganas inmensas de seguir escribiendo, sino que su universo ya forma parte de mi alma, (como el de todos los otros grandes escritores que consiguen escribir sobre el alma humana). Si todavía no habéis leído a Lucia Berlin, no tardéis en hacerlo. Os dejará k.o., y entenderéis que la vida es demasiado corta para no vivirla intensamente.








LA NIÑA QUE RECOGÍA PIÑONES



Esta es la historia de H, la niña que recogía piñones detrás de los muros de su colegio.
Le enseñó su abuelo, antes de que se lo llevaran al asilo y dejara de existir para los demás. Tampoco era algo que H compartiera con nadie, a parte de su hermana pequeña E. Porque el resto de la gente, extrañamente, no conocía los piñones, no sabía que había que agacharse para cogerlos del suelo y que unas veces eran negros como el carbón y otras marrón clarito como el mismo suelo. Y mucho menos sabían que había que partirlos con cuidado para no aplastar la semilla blanca y sabrosa de su interior. Detrás del edificio del colegio donde acudía H desde que tenía recuerdo, crecían tres enormes pinos del mediterráneo, verdaderas raras avis por esas latitudes, pues H y E vivían en una ciudad norteña, de clima marcadamente pre-atlántico, con inviernos blancos y veranos cortos. Cómo habían enraizado allí hasta convertirse en unos señores pinos era un misterio. Lo más probable es que alguien los plantara con algún propósito hacía décadas, puede que movido por la nostalgia o por la curiosidad.
El caso es que a H le gustaba darse una vuelta por el desangelado bosque que quedaba detrás del colegio y al que nadie acudía. En la cara oculta del moderno colegio público, allí donde se acumulaba la suciedad y los desperdicios que el barrio y el mismo colegio fabricaban diariamente, H se sentía por fin libre y tranquila. Aquí nadie la llamaba "Foca empollona", ni se metía con ella por su forma de vestir. Aquí no venía nadie. Todas las madres pondrían el grito en el cielo si llegasen a enterarse de que algún hijo suyo merodeaba por esa zona. Así que cuando cada tarde H y E desaparecían sin hacer ruido por la pared lateral del colegio, diríanse las hermanas invisibles, se encontraban totalmente solas en el bosque. En el bosque reinaba un raro silencio en comparación con el patio del colegio. Por encima de sus cabezas se colaban retazos de cielo, de distinto color según el día, y justo debajo de sus pies, un suelo irregular lleno de trampas les recordaba que la vida no era como la pista del polideportivo, lisa y previsible, sino más bien terra incognita, tan plagada de peligros como de tesoros maravillosos. Cuando no hacía demasiado frío, H se ataba el anorac a la cintura pero dándole la vuelta, de manera que la capucha le quedaba bajo el vientre, y ahí iba depositando todo lo que encontraba. Cualquier cosa era susceptible de engrosar la colección de tesoros de las niñas: un pintalabios gastado, un paquete entero de kleenex, una figurita de Huevo Kinder, una canica que parecía mordida, una horquilla con una flor... Había también cosas prohibidas incluso de tocar: jeringuillas, condones usados, cucharillas herrumbrosas... E la seguía -la hubiera seguido al fin del mundo- e imitaba sus movimientos detectivescos.

- Mira, E, si te comes este piñón, ¡vas a tener la fuerza de un pino! Porque de un piñón como éste salieron un día estos pinos que ves.
Y E seguía con los ojos brillantes el grueso tronco que le señalaba su hermana hasta la copa, mientras saboreaba el piñón con esperanza.
- Me lo contó el abuelo. Así que es verdad, E, no me lo estoy inventando.

Las dos niñas vivían relativamente cerca del colegio, a una media hora andando al paso de dos niñas de ocho y cinco años, y al contrario que a los demás niños, nadie iba nunca a recogerlas a la puerta del colegio con la merienda, sino que H llevaba colgada del cuello la llave de casa -una llave simple, todavía reluciente- y se esperaba de ella que regresase junto con su hermana al terminar las clases, apañara algo de merienda para las dos, hiciera sus tareas, calentara al microondas la cena y esperase ya en la cama el regreso de su madre del trabajo.
H era la niña que todas las madres soñaban tener: lista, limpia, responsable, cariñosa... Lástima que normalmente su propia madre estuviera demasiado bebida para darse cuenta. Hay niñas que son así: mayores desde que nacen. Por supuesto que juegan y tienen que aprender todas las cosas de la vida como cualquiera, pero su mirada es la de un adulto y sus pensamientos a menudo más sensatos que los de algún adulto. Sólo hay que fijarse en la forma que tienen estas niñas de abrocharse el abrigo, hasta el último botón y sujetarse el cinturón bien alisado, ponerse el gorro, los guantes, la bufanda... no importa que se esté haciendo tarde... O en la forma de subrayar con regla los títulos de la tarea, con bolígrafos de distintos colores, con su correspondiente tapón, perfectamente alineados esperando su turno... A esas niñas no cuesta imaginarlas de mayores; da la impresión de que poco cambiarán o nada. Bueno, pues así era H. (Con los años se convertirá en una mujer fuerte, de silueta redondeada y grandes pechos como su madre. Usará gafas toda la vida y la melena lisa castaña con flequillo será su único corte de pelo hasta el final. Terminará el Instituto y el Bachillerato con buenas notas a pesar de las dificultades. Pero de nuevo su sentido del deber hará que solicite un empleo en una oficina notarial, primero como chica en prácticas a media jornada y al final de su vida laboral como Secretaria de Dirección. No cursará la carrera de Filología como le habría gustado y pasará largos años en el mismo despacho, peleando con la misma fotocopiadora, recibiendo la misma felicitación navideña. Tampoco tendrá mucha suerte con los hombres, que en general no estarán a la altura de su sentido del deber. Hacia el final de su vida encontrará una persona que se enamorará de la fuerza de su alma y la querrá profundamente, pero para entonces H estará ya muy desengañada de la vida y con la autoestima demasiado baja para dejarse querer de verdad.)

El padre de H era camionero y pasaba semanas fuera de casa haciendo "portes", muchos de ellos en el extranjero. Cuando aparecía, siempre por sorpresa, siempre sin avisar, les traía algún regalo a las niñas y las besaba con amor verdadero y con una barba que pinchaba demasiado. A H le enamoraba el olor a hombre de su padre, tan diferente de cualquier otro olor, y no se despegaba de él hasta que éste se enfadaba o se tenía que ir de nuevo a toda prisa porque le había salido otro porte. Su madre, cuando el padre aparecía, se volvía misteriosamente menos blanda para abrazar, con más aristas. Había que vigilar de no hacerla enfadar porque saltaba por cualquier tontería. H no comprendía por qué no se mostraba más contenta cuando venía papá... y le daba miedo que su padre se diera cuenta y no le apeteciera venir más a casa. Pero su padre no parecía enterarse de nada y se dedicaba a tomarle el pelo a su mujer, mientras le acariciaba los pechos por debajo del jersey cada vez que podía y se reía a grandes carcajadas. H adoraba a su padre. Su beso antes de acostarse era especial y siempre iba acompañado de un "sois las dos niñas más guapas del mundo" y de ese olor delicioso a aftershave y a tabaco.
El resto de días era lo mismo: su madre las despertaba sin mucho entusiasmo, les preparaba el colacao y las galletas para desayunar, les ayudaba a poner el abrigo y las despedía con un beso en la cabeza y su eterna sonrisa triste. Los días que llovía, que en esa cuidad eran muchos, H cogía el paraguas negro de la madre y E uno pequeño de Dora Exploradora que antes había sido de H. A menudo H se preguntaba qué haría su madre toda la mañana, cuando ellas estaban en el colegio... pero no se atrevía a planteárselo directamente porque una vez lo intentó y su madre le contestó hecha una furia, como si por el sólo hecho de haber preguntado, H ya estuviera tachándola de vaga... -Todo fue porque M, una amiga de H, le contó un día que su madre tomaba clases de pintura y estaba haciendo unos cuadros muy bonitos; así que H pensó que su madre podría hacer lo mismo-.

Todos los niñas y las niñas de la clase de H acudían a alguna extra escolar cuando salían del cole. Algunos, incluso a más de una... música, baile, patinaje, inglés, kárate, pintura... palabras llenas de misterio que sonaban maravillosamente bien a oídos de H. Pero ellas tenían que ir directas a casa. H no se quejaba, sabía que no se podía, el dinero de su madre trabajando en la limpieza del hotel daba justo para pagar el piso, la luz y poco más, y suponía que tampoco lo que ganaba su padre tenía que ser mucho porque, al contrario que los niños de su cole, ellos nunca se iban de vacaciones a ningún lado ni tenían ordenador, ni Wii, ni tablet... Aun así su madre les aseguraba que no eran pobres (pobre es el que no tiene para comer), pero ni siquiera a la pequeña E se le escapaba que su familia era un poco más pobre que las demás.
Y luego estaba la cuestión de la ropa. Una vecina les pasaba bolsas enteras de ropa usada de su hija adolescente, algo pequeña para su edad, que con un par de apaños, H heredaba año tras año, seguida de E, claro está, que se llevaba siempre la peor parte. Por suerte para E, a los cinco años todavía el envoltorio no contaba a la hora de jugar, ni los adornos, ni el color de la piel... y de alguna manera H lo comprendía y nunca se le ocurría contarle a su hermana lo mal que se lo hacían pasar algunas niñas de su propia clase. Ya tendría tiempo de conocerlo por sí misma.
Si algo tenía H, es que sacaba unas notas excelentes. No le costaba estudiar; es más, se puede decir que lo necesitaba. Sentía deseos de estudiar y el día (raro) en que no le mandaban tarea para hacer en casa, se sentía decepcionada, y se dedicaba a repasar la lección o a leer las novelas de su abuelo. Su madre había conservado milagrosamente en una estantería del mueble del salón todos los libros que su suegro había acumulado con los años. Se trataba de ediciones baratas de tapa blanda, de páginas amarillentas y ásperas al tacto. La mayoría eran novelas del oeste o de terror, cuarenta o cincuenta a lo sumo, todas con unos dibujos a todo color en la portada que parecían acabados de pintar, como si todavía gotearan tinta y que a H le fascinaban. Así que mientras E se distraía vistiendo y desvistiendo una y otra vez a sus muñecas compulsivamente, H leía historias de fantasmas, de muertos que regresaban de sus tumbas o de cowboys que volvían a su rancho de Idaho o Montana después de haber andado por todo el oeste, a vengar la muerte de su padre o a recuperar el amor de su infancia.
Había muchas palabras que H no entendía, pero eso no le suponía ningún problema, sabía que tarde o temprano terminaría por comprenderlas.
El mundo era mucho más complejo de lo que sus compañeros de clase creían saber... Y entender eso, a menudo hacía que H fuera más feliz. Era una niña atenta al mundo que la rodeaba, a todo lo que la rodeaba, sin excepción.
Cuando Hillary Clinton perdió las elecciones presidenciales en Estados Unidos, H se sintió decepcionada. No entendía nada de política, pero la cara de Trump le daba escalofríos y se había encariñado con Hillary, básicamente porque se llamaba como ella y porque su padre le dedicó un comentario favorable una noche viendo la televisión.
- ¡Hilaria! ¿En qué piensas, hija? llevo media hora llamándote... Tendrías que ir a la tienda de Lola a ver si te fía un litro de leche y unos huevos... y una de vino, también. Mejor llévate a tu hermana. Y cógete la llave, así no tienes que llamar.
Era sábado a media mañana y su madre se acababa de despertar. H y E habían desayunado viendo los dibujos, se habían vestido y habían arreglado las camas. Sin otro quehacer, esperaban a que su madre se despertara intentando no armar escándalo, H leyendo y E maquillando por enésima vez a sus muñecas con los rotuladores.
H suspiró. Sabía que era inútil protestar. Las dos hermanas se miraron y asintieron. Por suerte Lola era tan buena que nunca les ponía mala cara a las niñas. Al contrario, siempre les hablaba muy suave y a H le parecía que cantaba mientras enumeraba los productos que iba introduciendo en una bolsa. Los huevos, la leche y el tetrabrick de vino, todo lo apuntaba luego en una libreta de espiral. Entonces, como un ritual, E tenía que preguntar "¿no se olvida usted algo, Señora Lola?", y Lola se ponía la mano a la cabeza y exclamaba "¡Por Dios, qué cabeza!", se iba al rincón de las chuches y les sacaba a las niñas dos chupa-chups. A cambio les pedía un beso a cada una. H salía de la tienda con la sensación de que el intercambio no era justo para Lola y de que siempre salían ellas ganando, pero parecía que las cosas tenían que funcionar así o de lo contrario había peligro de que ocurriese una desgracia. Como aquella vez que a Lola sólo le quedaba vino del caro y H decidió no traer, sabiendo que no podrían pagarlo. Su madre se enfadó de tal manera que cogió el poco dinero que H tenía ahorrado en su hucha y se fue ella misma a comprar la botella. Después de eso H tiró la hucha a la basura y decidió que en el futuro, cuando tuviera edad de trabajar, todo el dinero que ganara sería para ella y para nadie más.

Con los años, la dependencia del alcohol de su madre no hizo sino aumentar. Hasta su padre, que de normal no se enteraba de nada, cuando venía a casa notaba que algo no iba bien. Y eso que Esmeralda, la madre, escondía bien el vino para que su marido no lo viera. Y la botella de vodka detrás de la lavadora. Una noche las niñas escucharon una discusión. Y a partir de esa noche hubo muchas más. Gritos y peleas que terminaban con mamá largándose a la calle dando un portazo. H tenía diez años cuando una tarde llamaron al timbre de casa. Como tenían órdenes de no abrir a nadie si estaban solas, las dos niñas siguieron a sus cosas, ignorando el timbre. Pero éste sonó y sonó insistentemente. No había manera de concentrarse con el libro. Luego sonó el teléfono. Nadie llamaba nunca. Sólo su padre cuando muchos llevaba días fuera, algunos vendedores de seguros o de telefonía, o en una ocasión su madre desde el trabajo, porque E estaba con fiebre... Nadie más.

- ¿Dígame?
- Hola. ¿Eres Hilaria?
- Sí.
- Mira, estamos llamando al timbre de tu casa pero no abrís...
- No. No podemos.
- Ya. Mira, Hilaria, resulta que tu madre ha tenido que ir al hospital porque no se encontraba muy bien y hemos venido a comprobar que tú y tu hermana estéis bien.

-
- Estamos bien. ¿Qué le ha pasado a mamá?
- Pues... nada grave... Pero igual tiene que pasa la noche en el hospital, por si acaso, ¿entiendes? Y nosotros no podemos dejaros solas toda la noche...
- ¿Podemos ir a verla?
- Es mejor que no, ha dicho el médico. Mañana seguramente ya volverá a casa.
-
- ¿Hilaria?
- Sí
- ¿Nos abres la puerta?
- No puedo
- Escucha, sólo queremos ver que estáis bien y ofreceros un sitio donde pasar la noche... Nos hemos puesto en contacto con tu padre también, pero debe de tener algún problema con el móvil...
- No queremos ir a ningún lado. Estamos bien. Dígame en qué hospital está mamá. Quiero hablar con ella.
- Hilaria, bonita, escucha, tu madre estará unas horas sin poder hablar con nadie...
- ¡Pero qué tiene! ¡Qué le ha pasado!
- Ábrenos la puerta y hablamos. Mira por la mirilla de la puerta. Yo soy Ana. Este que viene conmigo es Jose. Somos del Ayuntamiento.
-
- Sólo queremos ayudaros


Esa fue la primera noche que durmieron en un piso de acogida. Al día siguiente no fueron al colegio. E estaba aterrorizada y no paraba de llorar. H intentaba ser fuerte. Exigió hablar con su padre y por fin contactaron con él. Tardaría dos días en regresar, estaba cerca de Rumanía. H no quería pero acabó llorando al teléfono, mientras su padre le hacía prometer que cuidaría de E y que haría todo lo que le dijesen los del Ayuntamiento hasta que él volviese. Entonces irían a casa.

Esmeralda entró en el programa de desintoxicación. Su alcoholismo estaba en una fase avanzada y los médicos aconsejaron atajar el problema cuanto antes. Esmeralda aceptó todo sin protestar, reconociendo entre lágrimas que el problema se le había ido de las manos. Las consecuencias inmediatas fueron que la echaron del trabajo y que Pedro, el padre, se vio obligado a su vez a dejar el camión para atender a las niñas. Como era autónomo no tuvo opción a cobrar ninguna indemnización ni prestación de desempleo. La familia pasó a depender de Asuntos Sociales (carpeta número 340). Afortunadamente salvaron el piso, cuya hipoteca estaba ya muy próxima a vencer, con la venta del camión de Pedro, que se apresuró a liquidarla con el banco. En una época en que los desahucios estaban a la orden del día, la determinación de Pedro fue decisiva. Estaba convencido de que encontraría otro trabajo, no en vano tenía muchos amigos.

En poco tiempo todo cambió. Sin mamá en casa, H se hizo adulta de la noche a la mañana. Tanto es así que a un mes de cumplir los once años le bajó la regla. Nadie se lo esperaba. Nadie estaba preparado. H menos que nadie. Su padre tuvo que improvisar una charla que le quedó grotesca e insuficiente (¿qué sabía él de compresas o tampones?) y, no sin cierto embarazo, tuvo que pedir a la Asistenta Social que le echara un cable con el tema. Todas las madres imaginan el día en que les tocará revelar los misterios de la menstruación a su hija y se van preparando mentalmente para la ocasión... A Esmeralda le arrebataron el momento. Y a Hilaria también. Nunca deseó tanto estar con su madre como en esos momentos. En el colegio le pareció que todos la observaban más de lo habitual, que chismorreaban a sus espaldas y se obsesionó con la idea de que llevaba el pantalón manchado por alguna parte... Fue la peor semana de su vida. Hasta E la miraba raro, como si el hecho de que "ya fuera una mujer" las hubiera separado para siempre. ¡Qué fácil lo tienen las hermanas pequeñas!
Al fin Esmeralda volvió a casa. Parecía que hubieran pasado años... y es que en esos tres meses todo había cambiado tanto... La tarde en que le dieron el alta a Esmeralda, las niñas volvían del colegio acompañadas de su padre... y se la encontraron sentada en el sofá. Estaba más delgada, más blanca y traía cara de cansada. Llevaba puesto el jersey que tanto le gustaba a H. Tenía la mirada posada en el regazo, como si no se atreviera a mirarlas a los ojos y sus manos estrujaban nerviosas los puños de las mangas. Se fundieron las tres en un abrazo de lana verde. Las lágrimas resbalaban por la lana sin penetrar en ella. Alguna gota se quedaba prendada de los hilos como el rocío en un rosal. Esmeralda hipaba y creía que se iba a romper para siempre, estaba tan agradecida... Sus hijas le estaban dando una segunda oportunidad, sus hijas la perdonaban... Pero H y E sólo sentían calor, el calor del cuerpo que un día las amamantó y ahora las envolvía como un abrigo de plumas, las protegía de nuevo como la cáscara al piñón. Pedro observaba la escena desde el linde de la puerta, serio, sin mediar palabra. No se unió al abrazo familiar.

No se equivocaba Pedro en que iba a encontrar trabajo pronto: el dueño del bar al que solía ir a cenar cuando andaba de ruta le habló de un tipo que necesitaba peones para hacer mudanzas. No era un gran sueldo y el trabajo era duro, pero para las siete en casa y los fines de semana libres... En un mes había adelgazado veinte kilos. Tuvo que comprarse ropa nueva y también dejó de fumar (las cervezas estaban prohibidas desde lo de Esmeralda). Se concentró en ser un buen padre y en llevar un sueldo a casa. Les revisaba la tarea a las chicas y acudía puntualmente a las reuniones trimestrales con los tutores. Les preguntaba qué tal lo habían pasado ese día en clase, qué tal los compañeros, si necesitaban dinero para comprar algún libro o material... y creía que sus hijas le contaban la verdad. Pero la verdad era que H y E echaban de menos a aquel padre barrigón que las hacía reír hasta mearse encima y les traía regalos de todas partes. Pedro se había vuelto estricto y huraño, a menudo se quedaba sentado delante de la tele con la mirada perdida y el ceño fruncido... Con los kilos se le fue también la candidez.
Por su lado se notaba que Esmeralda se esforzaba por hacer que esa casa fuese un hogar agradable. Cocinaba elaborados platos que muchas veces Pedro apenas probaba, lasañas, crêppes de espinacas, salmón con patatas panadera y soufflé de ajos, hojaldre de jamón y queso... Las niñas se lo comían todo con gran placer y le agradecían el trabajo. Le dio también por pintar las paredes del salón y de las habitaciones de colores vivos, alegres (según Pedro demasiado estridentes) pero desistió de pintar el pasillo y la entrada porque Pedro dijo que ya estaba harto del olor a pintura y de apartar la escalera todo el rato de en medio. Las niñas en cambio estaban eufóricas con el color fucsia de su cuarto... Pero a parte de estas iniciativas entusiastas a las que se entregaba sin medida y que la dejaban exhausta, no sabía qué hacer con todas las horas del día. Y todavía no encontraba el valor suficiente para salir de casa. H la animaba a que la acompañase cuando iba a comprar el pan o a hacer la compra al supermercado... pero Esmeralda tenía mucho miedo todavía. Sólo salía cuando tenía que ir al Centro de Salud, una vez por semana, a hacerse los análisis y a su cita con el psicólogo del programa. Andaba mirando el suelo y no se quitaba las gafas de sol hasta que la atendía el Dr. Esteban. Sus ojos hacía mucho tiempo que habían perdido la chispa de la vida. No volvió a probar una gota de alcohol (al menos hasta que las niñas no se fueron a vivir con su padre, muchos años después, cuando ya estaban separados), pero tampoco encontró un sustitutivo del alcohol que le templara el ánimo y la ayudara a empujar las horas del día. Amaba a sus dos niñas con locura, y sin embargo no conseguía ser parte de sus vidas, sentía que ellas no la necesitaban -mentira- y se iba aislando poco a poco. Tal vez fue culpa de Pedro, que intentaba proteger a sus hijas de... -¿de qué? ¿de su propia madre?-, pero cada día compartían menos cosas juntas... y Esmeralda veía crecer a dos adolescentes preciosas y llenas de vida como si viera un documental del nacimiento de las mariposas de dos crisálidas por la televisión.

El matrimonio de Esmeralda y Pedro se rompió definitivamente cuando H tenía 14 años y E 11. Aunque ya se había roto mucho antes, pero a veces tardamos mucho en tirar a la basura la taza de porcelana agrietada... nos parece tan bonita pese a todo... Decidieron separarse de mutuo acuerdo y pedir la custodia compartida hasta que las niñas fueran mayores de edad y pudieran elegir con quién querían vivir. Pedro llevaba un par de años conviviendo a ratos con otra mujer y se mudó a su piso. Esmeralda había encontrado por fin un trabajo de media jornada en una droguería del barrio y acordaron que se quedaría el piso y Pedro le pasaría 200 euros al mes por niña para su manutención. No era para tirar cohetes pero firmaron los papeles con una especie de sonrisa. Para los dos fue un alivio no tener que compartir más la cama ni el sofá. Las niñas no opinaron cuando se enteraron. Estaban ya hechas a lo que fuera a venir. Sabían que el amor entre sus padres hacía mucho tiempo que se había agotado, como una surgencia de la que no brota ya agua.

H se volvió una niña seria, si cabe más seria de lo que siempre había sido. Seguía estudiando y leyendo. Se convirtió en lectora asidua de la biblioteca, de donde sacaba libros de todo tipo guiada por su intuición, algunos la dejaban perpleja, otros la hacían viajar, y mientras leía se olvidaba de todo por unas horas. Escribía un diario secreto desde hacía años, con su letra pulcra y su estilo directo y a la vez poético, y también había empezado a escribir algunos cuentos donde la protagonista solía ser una chica de su edad a la que le pasaban cosas (en el Instituto el chico de sus sueños no le hacía ni caso, sus padres estaban peleados, la profesora de gimnasia le tenía manía...). Los escribía con la máquina de escribir Olivetti de su abuelo, que milagrosamente seguía funcionando, pero una vez escritos no se los enseñaba a nadie. Eran cuentos para leerse a sí misma cuando estaba de buen humor, para sentirse bien consigo misma, y no tenía ninguna necesidad de que nadie le diera su opinión. En verdad H nunca había necesitado la opinión de nadie; es más, la opinión de los demás solía traerle odio y tristeza, raras veces cosas positivas. Y no necesitaba más palos en las ruedas de su vida. En la realidad paralela a sus cuentos, sus compañeras de clase ya no se metían tanto con ella, también habían madurado, y hasta le tenían respeto y cariño. H se había vuelto dura y si tenía algo que decir, lo decía sin ambages, ya que generalmente llevaba razón. Fue elegida delegada de clase dos años seguidos. Aunque eso no le sirvió para que el chaval del que se había prendado como una tonta se fijara en ella. R iba a un curso superior y ni siquiera la miraba cuando se cruzaba con ella en el pasillo, pero el amor vive del aire y sólo verle de lejos era motivo de alegría. Entre su lecturas y la mirada del chico moreno de pelo largo, H iba más que servida. Pero como siempre, tenía los pies bien asentados en el suelo y gran parte de su tiempo iba dedicado a realizar las tareas de la casa a las que su madre no llegaba, aun estando todo el día en casa. Sin vanagloriarse de ello, H se encargaba de hacer la compra, la cena, poner las lavadoras y fregar los baños. A E le dejaba los platos y las camas. Gracias a H la casa estaba organizada. 
Aun así, las cosas en casa iban de mal en peor y E empezaba a tener problemas con las notas. Estaba muy rebelde y su comportamiento en clase era reprobable, según su tutora. Ni su madre ni su padre, cada uno por su lado, lograban hacerla entrar en razón. Tenía muchos puntos para repetir curso. H intentaba hablar con ella, ayudarla con las tareas... pero E, aunque apreciaba el esfuerzo, no la escuchaba. Había acumulado tanta rabia dentro que ya no podía controlarla y salía cuando menos se lo esperaba, contra una compañera, contra una profesora, contra su propia madre. También estaba dejando de ser una niña y las hormonas andaban como locas. Ya era más alta que H y le gustaba vestirse con provocativas minifaldas y botas de cuero, cosa que su padre desaprobaba totalmente. Una vez H la pilló saliendo de clase con un grupo de chicos de lo peor del colegio y supo por su aliento y sus mentiras que había estado fumando. H adoraba a su hermana pequeña, pero no tenía ni idea de cómo ayudarla. E por su lado, adoraba a su hermana mayor, pero no tenía ni idea de por qué actuaba como si la odiara.

Los años fueron pasando y la inocencia de esas niñas que buscaban tesoros en el bosque se fue esfumando poco a poco. La vida se las tragó por completo. Y a los tres pinos mediterráneos también les pasó algo parecido. Resultó que el colegio se había quedado pequeño y el Ayuntamiento decidió que había llegado el momento de ampliarlo, para lo que tuvo que limpiar toda la parte posterior, talando un trozo de bosque y acementando el suelo para levantar el nuevo edificio. Los tres pinos cayeron sin estruendo sobre la pinaza acumulada del verano. Los vecinos se alegraron de que ese sucio bosque desapareciera de su vista.  
Mientras tanto a pocos metros de allí, para su decimoctavo cumpleaños, H recibía un móvil de regalo por parte de su padre y un portafolios imitación de piel por parte de su madre. Su hermana le regalaba un libro de poemas de Rimbaud, que había conocido por las clases de literatura.
La tarta de cumpleaños, encargada en la renombrada pastelería de la calle Miraflor, era de frutos secos y canela. "No se cumplen dieciocho años todos los días", había dicho su padre con orgullo dándole un beso en la frente. Recubiertos de gelatina transparente, mezclados entre las nueces, las pasas de corinto y las almendras, estaban los piñones. 




FIN