"Tenemos todo para ser felices, pero falta, tal vez, sabiduría, lucidez, moderación..." Yves Michaud, filósofo francés.

viernes, 9 de diciembre de 2016

LUZ EN EL BOSQUE MÁGICO


Se puede decir que Luz entró en la vida poco a poco. Porque al principio todo le daba miedo y le costó encontrar su lugar en el mundo.
Todos conocemos a personas que ya desde niños tienen muy claro cuál es su sitio -y a menudo no dudan en empujar al que por error se ha instalado en su parcela-. Luz no, Luz todavía anda de aquí para allá, sin alzar mucho la voz, intentando pasar desapercibida y valorando mentalmente sus afinidades.
Si hubiese podido, se hubiese instalado sin dudarlo en el Mundo de la Magia... pero a los medianamente pobres y a los medianamente cuerdos no les dejan, es un club de élite y exige mucho tiempo libre y pocas preocupaciones. Así que Luz hace sus incursiones cuando puede, sobretodo si un niño la invita a entrar, pero va entendiendo que su mundo es otro. El normal, el de todos, el de todos los días, ya sabéis a cuál me refiero. Y cada día le gusta más, o menos, según se mire.
Sólo sabe que cuando consigue que le guste, le gusta muchísimo, y cuando le repele, siente hasta náuseas. Pero es su mundo. Y ahora que ha conseguido ser parte de él, lo disfruta la mayor parte del tiempo.





Vive en un pueblo y eso significa que cierra la puerta de su casa y va andando a todos lados (aunque necesite el autobús para ir a trabajar y a hacer compra), pero va andando al parque, a casa de los vecinos, a la huerta, al río, a la fuente... y sus dos piernas articuladas hacen un gran trabajo. Lo que más le gusta es salir a pasear con su perro Bop. Luz nunca tuvo perro de pequeña (vivía con sus padres y sus hermanos en una ciudad, en un piso que era como una caja de cerillas) y ahora que convive con uno está encantada. ¿Cómo iba ella a saber que un perro despierta tal cantidad de amor en quien lo cuida? Está maravillada.




Así que mientras el mundo (el normal, el de todos, el de todos los días) transcurre normalmente con sus obligaciones, sus estreses, sus normas de circulación, etc., Luz intenta encontrar su humilde sitio entre las plantas, entre los chopos, los nogales, los insectos y los pájaros... y pisa el suelo con cuidado.
Suele sentarse un rato en lo alto del promontorio del cementerio. Desde allí observa el ir y venir de coches por la autovía, las casitas que se arremolinan alrededor de la iglesia y que conforman su pueblo, algún vecino pequeñito deambulando por las calles, con el paraguas a modo de bastón si barrunta tormenta. En esos momentos se olvida de sus obligaciones y se concentra en respirar y observar. Suele pasar que es Bop quien la saca de su ensimismamiento y la obliga a jugar con él. Son los mejores momentos del día.













Así fue que una mañana de noviembre extrañamente soleada, descubrieron durante su paseo matinal un sendero medio tapado por la maleza... Bop se metió el primero y Luz vio su cola peluda desaparecer entre unos arbustos. Al ver que no salía, decidió seguirle. La senda estaba prácticamente borrada, comida por las zarzas, helechos y enredaderas, pero todavía quedaba algún rastro del antiguo paso. A los pocos metros de avanzar, Bop salió a su encuentro, como hace siempre cuando pasan unos segundos y no la ve -se nota que es un perro pastor-, se dejó acariciar la cabeza y enseguida volvió a escabullirse camino adentro. ¿A dónde conducirá esta senda? Parece que va siguiendo el curso del río, en realidad de un pequeño afluente (que luego se juntará con el río que da nombre al valle, éste ya con bastante caudal).

Las suaves telarañas todavía empapadas de rocío se le enredan por la cabeza a Luz y por el hocico a Bop (¡pobres arañitas, el trabajo de una noche a la basura!), mientras van avanzando con cuidado de no tropezar. Algún árbol caído les corta el paso en perpendicular y tienen que pasar por encima o por debajo.
¿Cuántos años habrán pasado desde que alguien utilizó este camino? ¿Y por qué dejó de utilizarse? ¿A dónde lleva? Hay caminos naturales y otros que ha trazado el hombre. Éste parece de los segundos y la misma naturaleza lo ha ido borrando, invadiendo o vamos a decir que corrigiendo el trazado porque estaba mal. Ahora Bop y Luz rompen con sus cuerpos el dibujo de las ramas, las lianas y las telarañas mientras siguen avanzando con tesón. De repente parece que el camino sufre un brusco cambio de sentido a la izquierda, al menos así lo intuye Bop y se aclara un poco el espesor de las ramas. Han pasado de la pura selva a un bosque espeso donde penetran vaporosos haces de luz solar. Sin darse cuenta han ido ascendiendo una suave cuesta y ahora da la impresión de que el camino está mejor dibujado, con poca maleza y alguna que otra losa en el suelo. Ya pueden ver el cielo azul sobre sus cabezas, entre las altas ramas de los chopos. 







Bop distingue (huele) casi arriba del todo de un altísimo chopo un nido hecho con ramitas secas, da un par de vueltas alrededor del tronco y se para debajo con una pata levantada como marcando la presa -aunque es un perro pastor-. Sólo se oye el rumor de los pasos lentos de Luz y una hoja que cae desde una rama alta hasta el suelo. Estos dos sonidos le bastan para volver a circular. Ahora el camino está tan bien marcado que sólo un tonto lo perdería. Entre las losetas que conforman el trazado aparece un musgo verde muy compacto y de vez en cuando, como enmarcando el camino, unas setas de las más variadas formas y colores. Aquí podrían vivir perfectamente una tribu de gnomos, piensa Luz, que cree sin complejos en esos pequeños seres de sombrero puntiagudo, porque, aunque nunca haya tenido la suerte de ver ninguno de verdad, tiene un libro muy bien ilustrado que explica todo sobre ellos. Y por eso está convencida de que existen, claro que sí. ¿Qué nos hace pensar a los tontos humanos que somos los únicos inteligentes en este mundo? Que algo no se deje ver no significa que no exista, ¿verdad? Bop avanza olfateando el suelo y Luz confía en que los gnomos estén bien escondidos...







Por fin llegan a un claro. Lo circunda una hermandad de arces, con las hojas de un rojo intenso, precioso. Nada más penetrar en el círculo, notan algo especial. Una energía, una paz, una belleza... cuesta describirlo. Queda claro que el camino traía a este lugar. ¿Por qué este sitio no está comido por la maleza?¿Por qué se mantiene intacto el círculo de arces? Bop se sienta al lado de su amiga, contagiado de la extraña paz del sitio. Ahora los dos se sientan y observan. Parece un lugar secreto. El río queda a muchos metros por debajo y no se escucha el ruido del agua, tan sólo el canto de algunos pájaros y el chocar de las hojas con las ramas cuando se precipitan hasta el suelo. Es como una postal otoñal o como esa página del libro que tiene Luz donde se ve siempre el mismo árbol en las diferentes estaciones. (De pequeña, cuando Luz lo veía pelado y rodeado de nieve, recuerda que pensaba... ¿por qué no se irá a otra parte donde no esté nevando? ¡Es que los árboles no pueden hacer eso!, le respondió por fin un día su hermano mayor, están plantados al suelo, agarrados con las raíces, y sólo pueden ir hacia arriba...). Sí, pobres árboles, el otoño es mucho mejor...



Hoy es de esos días en que Luz da gracias por haber venido al mundo. Y no necesita a nadie para ser feliz. Le basta con la compañía silenciosa y peluda de Bop y consigo misma. No hay mucha gente que pueda decir eso. A pesar de todo, a pesar de los años pasados, de las experiencias vividas, a pesar de su diferencia con el resto de la gente...  hoy Luz siente que la vida merece la pena. Hoy no le parece que ese dichoso cromosoma que le falta sea un problema en absoluto. ¿Quién quiere un tonto cromosoma cuando puede tener un perro y una casa cerca del bosque? Se seca con el dorso de la manga un hilillo de baba que se le escurre por la comisura de los labios. Sonríe. De pequeña era algo que le ocurría constantemente, pero ahora sólo se lo permite en momentos de intensa felicidad, como éste. Se frota los ojos achinados debajo de las gafas. Cada día ve menos, pero la belleza es capaz de sentirla por otros canales, de hecho siente la belleza de este momento en cada centímetro de su piel.







Pasan unos minutos, quizás muchos, quizás pocos, la verdad es que no importa, y los dos amigos no se mueven de su sitio, en la desembocadura del camino, observando el espectáculo de los arces dándose la mano en un círculo perfecto. Parecen dioses antiguos, gobernando el devenir del mundo desde este sitio lleno de magia.
Por fin Luz sale de su ensimismamiento y, al notarlo, Bop se incorpora de un salto. Permiso para investigar, parece pedirle a Luz con la mirada. Permiso concedido, achina todavía un poquito más los ojos Luz.







La magia de la vida puede estar en cualquier lugar, en un bosque a finales de otoño es fácil encontrarla, pero puede estar en el sitio más inesperado. Algunos ejemplos: en la papelera de un centro comercial en plenas compras pre-navideñas, en el amanecer nebuloso de un desguace de coches habitado por una tribu de gatos, en un edificio de oficinas de veinte pisos, cuando el metro sobreelevado pasa a la altura del piso séptimo sin hacer ruido. En la iglesia húmeda cubierta de musgo donde alguien grabó hace muchísimos años unas letras que confesaban -y de alguna manera aliviaban- el dolor de un amor prohibido, o en el trozo de tela enrollado, metido con rabia en un agujero de la pared de esa misma iglesia, que nunca nadie encontrará. En el amor que brota de repente entre dos adolescentes que se ven por primera vez, como un sarpullido iridiscente e inesperado. 



En un rayo de sol que entra por la ventana una mañana cualquiera; en un gesto amable que nadie esperaba ya, en la música de los nómadas cuando reposan bajo el firmamento, en dos gotas de lluvia que se juntan y resbalan rápido por los cristales laterales de un coche atascado en la gran ciudad. 






Y tantos y tantos otros lugares donde anida la magia de la vida... Sólo hay que prestar un poco de atención para verlos, como a los gnomos. Y así sentiremos que la vida merece la pena.